Cristina recargada


Para sus fanáticos, los menos entusiastas, los decepcionados por la política y los que la odian, Cristina Kirchner sigue siendo la figura central del escenario a varios cuerpos de sus inmediatos seguidores. Con esa realidad, cómo hay que analizar los debates que acaba de instalar.

Cristina volvió a exhibir que es la figura central del escenario, con demasiados cuerpos de distancia respecto de absolutamente todo el resto.

No hay grieta posible ante esa afirmación con la que, incluso, están de acuerdo quienes detestan a la vicepresidenta.

El dato es perdurable e involucra a sus seguidores fanáticos y entusiastas. A los (muy) crecientes desilusionados con “la política”. Y a los que ven en CFK la suma del mal.

Vayamos en ese orden.

El discurso de Cristina ante la cúpula de la CTA y dirigencia variopinta del peronismo fue tomado como símbolo de una estadista: magistral y sencillo a la vez; indicador de lo que debe hacerse ya; con vocación de unidad, pero no al costo de resignar banderas básicas.

Los indiferentes, casi, sólo se pegan una vuelta por la atención política cuando habla ella. Es improbable no entregarse al encanto de una personalidad con una oratoria descomunal, que “improvisa” (comillas resaltadas) durante más de una hora sin valerse siquiera de un ayuda-memoria. Su articulación temática, su hondura descriptiva, sus gestos, sus guiños, su ida y vuelta con el público, son irresistibles.

Y por último, la oposición y sus odiadores seriales tampoco encuentran la forma de resistírsele ni, menos que menos, la fórmula para hacerla caer en el ridículo. Son un estereotipo capusottiano. Vociferan, por caso, que acomoda a como venga los números que irresponsablemente le pasa Kicillof. Denuestan sus contradicciones, como si se tratara de hallar un ser impoluto y, sobre todo, como si tuvieran la autoridad moral de erigirse cual ejemplo republicano tras haber sumergido a Argentina en una de las catástrofes económico-financieras más emblemáticas de su historia; montado sistemas pornográficos de espionaje oficial; erigido al individualismo como solución existencial.

En síntesis: todos a los pies de Cristina para reforzarle el amor incondicional o la esperanza renovada; por haberse demostrado que la indiferencia política tiene un límite gracias a ella, o porque remarcan que aborrecerla es gorilamente perpetuo.

Subrayados esos tantos, quedan incógnitas que, antes de la seguridad en las respuestas, valen por su necesidad como preguntas.

¿Es el momento para que se provoque andar a los piedrazos dialécticos con las organizaciones sociales, al margen de que sea válido discutir sobre determinados manejos de algunos de sus dirigentes y en torno de si ese esquema de asistencialismo no demanda ser re-examinado?

En medio de una ofensiva brutal de los sectores que buscan desestabilizar a un Gobierno que a veces parece desestabilizarse solo, ¿hacía falta caer en el eje que ya instaló exitosamente la derecha, cuando denigra a “los piqueteros” como símbolo del país que no quiere trabajar? ¿No está claro que se sirve a las herramientas electorales de la oposición?

Acotación imprescindible, quizás obvia: CFK no sólo no habló únicamente de los movimientos sociales, ni su ironía sobre el Evita fue el factor excluyente.

Sin embargo, era elemental que referencias como ésas desplazarían la atención -adentro y afuera- respecto de lo que sí fue el centro de un discurso brillante, basado en la “estrategia” de los ciclos de endeudamiento externo, en las causas inflacionarias, en el rol de un Estado estúpido, en el papel decisivo que juega un Partido Judicial aliado de las grandes corporaciones.

Algo parecería andar mal, muy mal, si ocurre que la coalición gobernante produce, a la intemperie, un debate susceptible de darle pasto a las fieras.

Tres consideraciones alrededor de eso.

Primero, que es injusto trazar la imagen de que se pone a todos en la misma bolsa, por más que se resalte la labor de las cooperativas, de los comedores populares, de los verdaderos militantes que paran la olla, de las mujeres que son artífices de aguantar la parada.

Segundo, que especulativamente dicho no se ve “el negocio”: el odio a Cristina y al peronismo es eterno, inmutable. No dará resultado ninguna estratagema de congraciarse con las franjas medias que, casi inevitablemente, elegirán u optarán por variantes simiescas.

Tercero, ¿podría implementarse inmediatamente que “los planes” desaparezcan, como si el Estado tuviera la capacidad ipso pucho para hacerse cargo de las ayudas directas?

¿Y acaso se pierde vista que si no fuera por los movimientos sociales el caldo habría hervido hace rato?

El macrismo sí lo tuvo presente y su ministra Carolina Stanley lo ejecutó con todo el presupuesto necesario.

¿Una “compra” de paz social? Pongámosle.

Pero, como se quiera, fue y es la exposición de que no consiste en soplar y hacer botellas cómo se arregla el abajo de un país empobrecido, saqueado, aunque su situación en el AMBA esté sobre-representada en los medios. La conflictividad allí no es, de ninguna manera, la foto de todo el país. Es muy significativa. No completamente representativa.

Lo que no hay es la discusión y las decisiones profundas en torno de promover un modelo de desarrollo productivo e inclusivo, que se amigue con quienes deba amigarse y se enfrente con quienes deba enfrentarse.

Y si, encima, hay una líder indiscutible, inigualada, que tensiona la interna oficialista; y un Presidente que no mueve el amperímetro dentro del mismo espacio, cascoteado a derecha e izquierda, sin conexión emocional con “el pueblo”, bingo para que pueda volver lo peor.

El clima se nutre con aspectos como los de estas horas: faltantes de gasoil y protestas por todos lados, junto con una “segmentación” de aumentos en las tarifas de luz y gas de la que nadie tiene claro nada, empezando por las “autoridades” y asimismo atravesada por la interna.

Mientras tanto, están las distracciones para consumo frívolo: Larreta contra Macri y Bullrich; los “libertarios” ahora enfrentados entre sí; los radicales sin rostros ni contenidos que les habiliten diferenciarse de unos cambiemitas a los que sirvieron durante todo el macrismo. Etcétera. Pavadas, aunque pueda argüirse que esos flancos ¿divisionistas? dejan lugar para que el FdT lo aproveche.

En estos sentidos, el artículo de Jorge Alemán en Página/12, el miércoles pasado, en alusión a “El kirchnerismo y la izquierda”, es un desafío no apto para quienes permanecen anquilosados en categorías analíticas e ideológicas inamovibles. Como si fuese cuestión de que el amor o respeto por “La Jefa”, y por sus advertencias frente a los indudables yerros o tibiezas del Gobierno, deben obturar marcajes críticos hacia las tácticas y objetivos del propio kirchnerismo.

Como dice Alemán, ese kirchnerismo de Cristina encarna los valores que en el mundo se reconocen como de izquierda y eso es valorable para el destino de la Nación.

Pero es también la propia Cristina quien aclara, permanentemente, que ese peronismo no puede instalarse en la hipótesis revolucionaria del siglo pasado, y dar por supuesta la posibilidad de una ruptura absoluta con el capitalismo.

En consecuencia, debe conjugar el equilibrio tenso e inestable frente a los poderes neoliberales.

Por un lado no perder su fuerza crítica, y por otro mantener su responsabilidad ‘democrática’ porque ya no existen derechas moderadas. Son tan sólo un simulacro de la agenda de ultraderechas”.

Es aquello de que el Poder no pasa por “la lapicera”, sino por el hecho de que ese Poder implica una gran organización popular (y la firmeza de convocar a movilizarse) que arrase en las elecciones y disponga, luego, la capacidad de articular Pueblo, Estado, Nación.

Primero, entonces, intentar ganar (para volver a la ambición de lo que no se supo, quiso o pudo, en medio -como si fuera poco- de una pandemia y una guerra que pusieron el tablero patas para arriba).

¿Hay la decisión de intentar eso? ¿De ganar?

¿O la decisión es que las elecciones ya se dan por perdidas y es mejor refugiarse en la trinchera del conurbano bonaerense?

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