EE.UU. se cierra y Cuba se abre ante el desafío del coronavirus

Trump le habría ofrecido al laboratorio alemán CureVac la compra de una vacuna para que se usara de manera exclusiva en su país. La desmentida de la farmaceútica no aplacó el enojo del gobierno de Merkel. 

El coronavirus viene con miserias y gestos altruistas incluidos. Demostró que hay una grieta planetaria de niveles colosales, entre el comportamiento social responsable y un egoísmo solo comparable con el sálvese quien pueda. Dos hechos de los últimos días lo confirman. Distinguen al caimán barbudo – acaso la definición más poética referida a Cuba, el título de su célebre revista literaria – del Tío Sam que interpela con el dedo índice en alto convocando a alistarse para ir a la Primera Guerra Mundial. “Te quiero a ti en el ejército de Estados Unidos” decía el afiche de 1917, una oda a la exacerbación del guerrerismo. Hoy, más de un siglo después, Donald Trump interpreta cabalmente ese gesto de arrogancia en medio de una pandemia descontrolada.

El presidente de EE.UU le habría ofrecido al laboratorio alemán CureVac la compra de una vacuna para que se usara de manera exclusiva en su país. La información la publicó el diario Welt am Sonntag al que la empresa farmacéutica desmintió después. Ya era tarde. Más de un indicio confirmaría que el magnate estaba detrás de esa idea. Lo sugirieron altos funcionarios del gobierno de Angela Merkel. Los ministros del Interior Horst Seehofer y de Relaciones Exteriores Heiko Maas.

Si Trump le ofreció a CureVac una suma multimillonaria para garantizarle la vacuna, es algo que debería preguntársele al exCEO del laboratorio, Daniel Menichella. Según el sitio especializado en biotecnología Fierce Biotech después de reunirse con autoridades de EE.UU “se fue abruptamente, dejando a su antiguo jefe nuevamente a cargo y muchas preguntas sin respuesta”. Los medios de todo el mundo reprodujeron el enojo del gobierno de Merkel con Trump y le atribuyeron estar “muy interesado en que se desarrollen vacunas y principios activos contra el nuevo coronavirus también en Alemania y en Europa”. CureVac tiene sedes en su país en Tubinga y Francfort y también en Boston (EE.UU).

La reunión de la que participó Menichella sucedió el 2 de marzo. Estaba presente el vicepresidente estadounidense, Mike Pence, científicos que investigan sobre el covid-19 y ejecutivos del sector farmacéutico y biotecnológico. El encuentro no pudo ser desmentido como sucedió con la presunta y multimillonaria propuesta de Trump. El presidente de EE.UU debió tener información privilegiada – que CureVac se había adelantado a la competencia en la creación de una vacuna – para tomar esa decisión. Y esa información ya se sabe quién la suele tener en Estados Unidos: la CIA.

Como fuere, el escándalo ya se había producido en Alemania. El periódico Mannheimer Morgen atribuyó a los inversores de CureVac que jamás harían una vacuna exclusiva para Estados Unidos. “Queremos una vacuna para el mundo entero y no para países concretos”, explicó Christof Hettich, director del fondo Hopp BioTech Holding y principal inversor de CureVac.

Pence, el vice de EE.UU que se reunió con el CEO de CureVac y además conduce la crisis provocada por el covid-19 en su país, es un político que no tiene antecedentes destacables en el manejo de catástrofes humanitarias. Cuando era congresista resistió la entrega de un paquete de ayuda para los damnificados por el huracán Katrina que destruyó Nueva Orleans en 2005. Lo recordó hace poco la periodista e investigadora Naomi Klein en una entrevista para la revista Vice: “La persona que presidió el grupo de Katrina fue Mike Pence”.

La autora de No Logo y La doctrina del shock comentó en el mismo reportaje: “El shock es realmente el propio virus. Y ha sido manejado de una manera que maximiza la confusión y minimiza la protección. No creo que eso sea una conspiración, es sólo la forma en que el gobierno de los EE.UU. y Trump han manejado -completamente mal- esta crisis. Trump hasta ahora ha tratado esto no como una crisis de salud pública sino como una crisis de percepción, y un problema potencial para su reelección”.

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La contracara de esta política está sintetizada en un episodio que tuvo escasa repercusión en los medios más importantes del mundo. Cuba permitió que el crucero británico MS Braemar, con 682 pasajeros y 381 tripulantes entre quienes hay contagiados de coronavirus, atracara en el puerto de Mariel cuando en otros intentos parecidos no se le había permitido la entrada como sucedió en Bahamas. El gobierno cubano confirmó que hay cinco casos de covid-19 en el navío y que dispuso todas las medidas necesarias para que los turistas a bordo puedan ser trasladados hacia el Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana. Ahí fueron repartidos en cuatro vuelos chárter directos enviados por las autoridades británicas para regresar a Inglaterra.

El gobierno de Boris Johnson reconoció oficialmente el gesto de Cuba. Según Radio Reloj, la histórica emisora de la isla “el Ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, Dominic Raab, agradeció al gobierno cubano por permitir la llegada al puerto del Mariel del crucero MS Braemar con pasajeros afectados por la Covid-19”.

Juan Antonio Fernández, el subdirector general de la Dirección General de Prensa, Comunicación e Imagen del Ministerio de Relaciones Exteriores cubano declaró sobre el desenlace del episodio con el barco británico: “Son estos tiempos de solidaridad y de cooperación y así lo estamos haciendo, conforme a la tradición humanista y solidaria que caracteriza a nuestro pueblo”.

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